Además de los centenares de trampas y cepos en los que agonizan animales salvajes y domésticos, más de un millón de escopetas salen anualmente a lo largo y ancho de nuestra geografía alardeando de su respeto por la naturaleza y por los animales. Por ignorancia o por afán de lucimiento, estos cazadores suelen matar indiscriminadamente hembras preñadas, especies protegidas o machos dominantes sin los que las manadas quedan desprotegidas. Los cazadores rompen una y otra vez el frágil equilibrio ecológico: contaminan montes, campos y ríos con cartuchos de plástico y, lo que es peor, con plomo que resulta ser una peligrosísima amenaza neurotóxica. No existe ninguna justificación para la caza: No es un deporte, porque los deportes excluyen derramar sangre. No obedece a una necesidad alimentaria. Si los cazadores no hubiesen erradicado las especies depredadoras de sus presas, no tendrían que matarlas para evitar su proliferación.
La caza supone uno de los mayores desafíos contra el respeto a los animales. Matar por deporte es una de las formas más graves de especismo, y su valor pedagógico es nefasto. En toda Europa, los "lobbys" de cazadores tienen una enorme poder e influencia, de forma que reciben todo tipo de ayudas y subvenciones de los gobiernos. Además de los animales cazados, la gran víctima es también el perro de caza. Estos perros reciben un trato durísimo, una alimentación al borde de la subsistencia (normalmente a base de pan duro), y, cuando ya no "sirven", son asesinados brutalmente (en España es típico el ahorcamiento).